10.8.14

Hambre de amor propio

Salí con unas ganas tremenda de comerme al mundo. Me quedé a medio camino.
Dentro del boliche, uno de tantos me llamó la atención. Quería no mirar, perder la vista entre el infinito de la multitud, pero siempre caía en él. Mi inseguridad determinó que me diera vuelta y le diera la espalda mientras tocaba la banda.
De vez en cuando, echaba una mirada fugaz que lo encontraba mirando concentrado algo ajeno a mí, pero cercano. Cada tanto desaparecia para despues aparecer con un nuevo vaso de alcohol en las manos. Seguí a sus ojos los cuales siempre estaban dirigidos a las amigas de mi hermana o mi hermana misma. Nunca a mí. Qué irónico que la única persona que te haya llamado la atención el el boliche, no te dedique ni una mirada por error. Ni al pasar.
Mis ganas de comerme al mundo se habían esfumado, ahora el mundo me comía a mí. La realidad me mordisqueaba los talones. No quería bajarla. Entonces me concentré en tomar, tranqui, pero tomar. Despejar la mente y sólo bailar. Necesitaba  ese empujón para olvidarme de lo diminuta que me hace sentir el mundo entero. Y de a poco mis piernas consiguieron el ritmo (o eso creí yo) y ya no me importaban las risas, los comentarios o las miradas. Me sentía, por fin, bien conmigo misma. Bailé y bailé sin parar. Estaba liberada. Plena.
Seis de la mañana, pocos en la pista, muchos en pleno chape o sentados, cansados. Yo seguía bailando y riéndo mientras los del servicio de limpieza juntaban los vasos, en señal de que pronto abría que bajar. De repente, se escucha Rodrigo de gondo. Cuarteto, fieeeeeeesta. Comencé a bailar con Tati y después con Mel, cuando lo ví nuevamente. Lo ví. Le ví esa leve sonrisa mientras trasladaba su mirada al piso después de haber pasado por nosotras. Lo ví y ya no pude dejar de prestarle atención. En una vuelta, lo perdí de vista, ya no estaba. Finalizo el tema, y me apoyé en la columna dónde hacia segundos se encontraba él. No sé cuanto tiempo pasó, pero de repente, otra vez.Ahí, en frente mío con un vaso de cerveza en la mano. Llevaba puesta una sonrisa tímida y miraba al piso la mayor parte del tiempo. Vaciló unos segundos, y se acercó. Me tendió su mano, y se limitó a decir "bailas?", "yo sí, vos así de borracho?"
Bailamos, y si que podía bailar en ese estado. Bailamos un tema y cortaron el cuarteto. No sé porqué ni cómo terminamos hablando, de su trabajo, de la facultad, de vélez
del ciclón y su sueño por la Libertadores, de mi carrera, de lo que alguna vez el estudió, del amigo perdido y de qué se yo. Era tan lindo. Bueno, lo es.
Cuando mi hermana se acercó con la campera en advertencia de un "corta, que me quiero ir", me pregunto si se podía venir con nosotras, que el también se tomaba un taxi.
Y pensé: qué irónico terminar la noche con que la persona que alimentó sin tener idea mi inseguridad y me hizo escribir mil textos mentales sobre como me sentía en ese momento.
No me besó, sólo hablamos, pero me hizo reflexionar de la suma importancia que le dí a un total desconocido, el poder que le otorgué de lastimarme o bajonearme.
No va así, no quiero necesitar de unas copas para poder soltarme y desencadenarme de las miradas ajenas. Y por último comprendí que de verdad no soy el centro del mundo, y que esas risas que me parecen a mi burlonas e ironicas no tienen razón para estar dirigidas exclusivamente hacia a mí.
Quiero cerrar un capítulo en mi vida y empezar uno nuevo. Uno lleno de amor hacia mi misma, hacia lo qeu soy. Soy lo que soy.
Empezar a quererme más y castigarme menos.
Hoy, tengo hambre, pero no de Mundo, sino de amor propio.

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