"La gente se
cree amiga porque coincide algunas horas por semana en un sofá, una
película, a veces una cama, o porque le toca hacer el mismo trabajo en
la oficina. De muchacho, en el café, cuántas veces la ilusión de la
identidad con los camaradas nos hizo felices. Identidad con hombres y
mujeres de los que conocíamos apenas una manera de ser, una forma de
entregarse, un perfil. Me acuerdo, con una nitidez fuera del tiempo, de
los cafés porteños en que por unas horas conseguimos librarnos de la
familia y las obligaciones, entramos en un territorio de humo y
confianza en nosotros y en los amigos, accedimos a algo que nos
confortaba en lo precario, nos prometía una especie de inmortalidad."
Capítulo 78,
una Rayuela
de un profundo Cortazar.
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